Niños en la calle
Hace años, cuando veíamos grupos de niños durmiendo encima de cartones en alguna ciudad lejana, pensábamos que esto no podría ocurrir nunca en la nuestra. Habíamos –creíamos- alcanzado una importante protección de la infancia, generalizado la escolarización y niños vagabundeando solos era algo difícil de imaginar.
El progreso –creíamos- había retrasado la edad de incorporación al trabajo, atajado el analfabetismo y creado un período mínimo de enseñanza obligatorio.
Pero argumentos como crisis e inmigración han modificado sensibilidad y panorama urbano, de manera que ya vemos reportajes de nuestras ciudades, concretamente, Barcelona, con niños durmiendo en la calle. A pocos metros del centro turístico de la ciudad como es la Plaza Catalunya y junto al punto de encuentro de grupos de visitantes que se organizan para recorrer la ciudad.
Y que no sea excusa el que se trate de niños extranjeros o que hayan huido de centros tutelados. Ahmed, 16 años, 1 año en Barcelona, abandonó el centro donde fue ingresado porque –nos dice- era peor que estar en la calle. Estudiante en Marrakech, ahora no estudia. Hace 5 meses que no contacta con su familia. Llegó a Barcelona en camión. Quería ir a Alicante donde tiene primos que trabajan, pero el camión le llevó a otra ciudad. En la noche de Sant Joan cogió un petardo con la mano. Nadie le había dicho que no debía hacerse, como hay tantas otras cosas que en nuestro país no le hemos enseñado.
Según la Organización de Naciones Unidas, un menor no acompañado es una persona de menos de 18 años que se encuentra separada de sus padres y no está bajo el cuidado de ningún adulto que por ley o costumbre esté a su cargo.
Los medios de comunicación frecuentemente nos muestran imágenes de menores intentando llegar a nuestro país. Realizan auténticas proezas, corriendo enormes riesgos. Pero una vez han llegado a nuestras ciudades, las dificultades continúan.
Si no tienen otros vínculos, pasan a ser tutelados por las administraciones públicas.
A la rebeldía de estos jóvenes, cambios de hábitos, relación con la publicidad y consumo, cabe añadir los problemas al hallarse sin familiares y con pocos recursos económicos.
No es fácil esta tutela por parte de las instituciones. Lo que exige que estén a cargo de estos menores excelentes profesionales, motivados, con recursos.
En nuestras calles encontramos grupos de estos jóvenes. Algunos menores que se ausentan de sus centros y lugares de formación y otros que ya han cumplido los 18 años y han de abandonar los lugares específicos para menores.
El fracaso de nuestra asistencia a estos niños que han abandonado sus países para acudir al nuestro es precisamente su presencia en las calles. Son nuestros hijos, nuestro futuro en nuestros países o en sus lugares de origen si conseguimos que retornen con una buena formación.
A menudo nos encontramos con críticas del vecindario a su merodear sin objetivo y a faltas o hurtos. Hemos de asumir nuestras propias críticas. Qué irónico superar peligros y penalidades en su viaje a nosotros para acabar en nuestras cárceles. Qué ironía. Qué futuros les estamos ofreciendo.
Se hace necesaria una relectura, un análisis de esta asistencia a estos menores, adultos jóvenes, cuyo objetivo no tiene que ser otro que conseguir ciudadanos responsables y bien preparados