Los inicios de la atención a consumidores de drogas activos se caracterizaron por las acciones masivas. Se daban muchas jeringas y materials de inyección y se recogía, no tanto, material.
El nombre no era imprescindible. Lo más importante era frenar el contagio, en un contexo de muertes por VIH.
Los profesionales más hábiles, a menudo se ubicaban en las recepciones de entrega y recogida de material de consumo. Todo era rápido. Breves conversaciones y, ni siquiera la salud, era lo principal. Todo se subordinaba al consumo y a evitar transmisión de enfermedades por vía parenteral y, a través de los preservativos, de transmisión sexual.
De esas antiguas épocas queda el ritmo de las visitas rápidas y breves. Con la superación de las enfermedades, con recursos más eficaces, surgen más visitas de enfermería. Curas, tratamientos tutelados.
Pero el hablar, la psicología se ha cifrado en el otro margen de las puertas giratorias, en la fase de intentar cesar en el consumo.
La cisis económica ha limitado muchos talleres retribuidos, donde los consumidores hacían valer conocimientos y profesionalismo. Programas de bola de nieve, donde entrevistadores avezados en el conumo llegaban donde no alcanzaban los profesionales.
¿Hemos hablado con ellos?
Pero, ¿hemos hablado con ellos? Con ellos aunque no quisieran cesar en el consumo. Poco hablar y muchas benzos. Ahora en algunos entornos se propugna si hablar más, más psicología, puede hacer que se encuentren mejor.