María Carrera, atención durante Covid-19

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María Carrera Morodo: «Las familias podéis estar seguras de que tuvieron una mirada amiga»

 

Me llamo María, soy de A Coruña y trabajo como médico interno residente (actualmente en mi tercer año de residencia) en Barcelona. En la últimas semanas recibo muchos mensajes y llamadas de mi familia y amigos para preguntarme qué tal estoy, cómo ha sido este tiempo, si puedo contarles alguna experiencia que recuerde lo que ha supuesto trabajar en las urgencias hospitalarias como mir durante la pandemia. Todos ellos han recibido largas por mi parte, contestaciones imprecisas y palabras parcas. La razón: se me hace un nudo en la garganta si intento recordar y explicarlo en voz alta. Así que, por todos aquellos recuerdos y todas aquellas personas que atendí y de las que aún no soy capaz de hablar, hoy escribo para darles voz, como homenaje a su vida.

 Si hay algo que me asalta como recuerdo repentino últimamente son miradas: miradas que se me han quedado clavadas durante estos meses de pandemia mientras trabaja en las urgencias del hospital (el nombre del hospital es irrelevante en este caso, porque todos en Barcelona estuvimos en situación de colapso; mi historia es extrapolable a cualquiera). Tapados con las mascarillas, sin poder vernos las caras al completo, sin poder tocarnos (con EPI y guantes el contacto físico es casi una farsa), la forma de comunicación más potente que nos quedaba era mirarnos: mirarnos para infundirnos fuerza entre compañeros, mirar con seguridad y ternura a los ojos a los pacientes, mirar con compasión a los familiares… e intentar transmitirles confianza, apoyo y seguridad en que estábamos dándolo todo, haciendo todo lo posible y de la mejor manera. Y lo estábamos haciendo, de verdad.

Cuando en la puerta de Urgencias (al principio) o telefónicamente (cuando avanzó marzo) os informábamos de que vuestro familiar se quedaba ingresado, aislado y sin compañía, o peor aún, cuando informábamos del fallecimiento, pude ver día tras día y noche tras noche en vuestros ojos la preocupación y angustia acuciante, la tristeza más profunda y también el alivio y confianza, algunas veces. La duda eterna de «¿lo volveré a ver?» hablaba por sí sola a través de vuestras miradas. La pregunta impronunciable de si vivirá para contarlo nos la transmitíamos entre todos solo con respirar.

 Desde mi habitación, agotada psicológicamente y ya más descansada físicamente, me gustaría transmitiros a todos aquellos que habéis tenido familiares afectados por covid-19 ingresados en algún hospital, que podéis estar seguros de algo: estuvieron acompañados. Es verdad que estaban aislados, sin vosotros, pero todos los sanitarios nos esforzamos más que nunca por cuidar de ellos, por darles la mano cuando lo necesitaban, por amenizarles las horas de angustia y tranquilizarlos cuando estaban nerviosos. Podéis estar seguros de que tuvieron una mirada amiga a la que agarrarse e, incluso, que lloramos con ellos sus penas y sufrimos con ellos su dolor. Podéis estar seguros de que estos meses hubo siempre un médico, residente, adjunto o cualquier compañero sanitario despierto las 24 horas para atender sus necesidades, para velar por su salud y preocuparse de que las cosas fueran lo mejor posible… Para cuidarlos, que al fin y al cabo nuestro trabajo es cuidar y no siempre curar.

 

Por último, quería pediros a aquellos que leéis estas líneas que, cuando nos veáis salir a la calle a luchar por la dignificación de nuestro trabajo (porque saldremos, seguro que saldremos) nos apoyéis. Nos apoyéis para que la próxima vez que tengamos que entregarnos al cuidado de la sociedad podamos volver a hacerlo sin pensar ni un segundo en si se pagará el salario por las horas trabajadas, en si tendremos material de protección, o en si se nos humillará nuevamente con retribuciones vergonzosas.